Echo de menos México. Soy una
española que ha vivido casi 2 años en México y que desde el primer día sintió
allí una especie de sensación de aventura, esa de cuando estás fuera de casa,
con un futuro incierto. Desde el primer día me encontré cómoda en México. Desde
el primer día me gustaron las coloridas casas poblanas, muestra de un pasado
colonial, las oscuras calles en las noches, las aceras irregulares de mi
querida Cholula, el carácter amigable y abierto de los mexicanos que nos
acogían con los brazos abiertos.
Echo de menos los rayos de sol de
cada mañana, las lluvias torrenciales de las tardes en los meses de lluvia, las
risas de los nuevos amigos y de los que ya conoces de un tiempo atrás, las
anécdotas de los camiones o combis, los mejores atardeceres que he visto nunca. Echo de menos a la gente que allí conocí.
Pero por encima de todo echo de menos la sensación de vida que tenía allí. La
sensación de novedad pese a conocerme ya sus calles hasta por el nombre, la
sensación de novedad hasta en tiempos de rutina.
Supongo que esto es como un post-Erasmus.
Pero no puedo dejar de escuchar a Lila Downs, que parece la única capaz de
calmarme y llevarme a esa sensación de mexicanidad.
Echo de menos incluso los
mariachis y la música de banda que tanto aborrecía y sigo aborreciendo. Echo de
menos las cumbias de las combis y los camiones, que me hacían sonreír cada vez
que me subía en uno. Echo de menos escuchar un acento español y quedarme con
ganas de hablar con ese desconocido (aunque casi nunca me quedaba con esas
ganas y siempre hablaba), recordar cuánto echaba de menos el jamón, el pulpo a
la gallega o el kalimotxo.
Echo de menos ese ritmo frenético
de sus calles, el caos ordenado, y a la vez la pausa y la ausencia de prisas,
la espontaneidad del momento, la ausencia de planes organizados, la gran
afluencia de planes sobre la marcha.
Echo de menos la inexistente noción del tiempo, los días malos en los que
añoraba hasta a los garbanzos.
Echo de menos los elotes, los esquites (y eso que al principio no me gustaban), los tacos al pastor, los tacos árabes, los tacos de todo tipo. Echo de menos los molotes, los huevos a la mexicana, los chiles en nogada, los chilaquiles, el pozole, el atole, las gorditas de nata, las quesadillas, las salsas de todo tipo.
Echo de menos México. Mi México.
Ya lo tenía que haber visto venir cuando, el día que volvía a España, renegaba
de todos los españoles que inundaban el aeropuerto de Cancún. Cuando renegaba
de su acento, de sus costumbres, de la mayoría que había pasado por el país de
puntillas, sin apreciar sus múltiples y sutiles encantos y detalles.
Es cierto que, poco a poco, te
vas acostumbrando. Ya no se me hace extraño que la gente no salude apenas
(igual hasta yo lo hago), que no haya un caluroso abrazo aunque te veas cada
día, que la gente no diga “Salud” cada vez que alguien (aunque sea desconocido)
estornude, que la gente no tenga ambiciones por hacer mejor su país.
Pero sigo echando de menos ese carácter
solidario que me hacía sentir que sí, que tenemos razón, que otro mundo mejor
es posible, que no hay que acomodarse y resignarse a convertirnos en adultos sin apenas ideales ni esperanzas. Esa esperanza
que sentía día a día en México. Ese calor
humano que no sé ni describir. Eso.
Te extraño México.
Con tu permiso, lo comparto. Me ha encantado el post.
ResponderEliminarSaludos desde el DF!!!
Muchísimas gracias!!! Un saludo!! :)
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