Antes de relatar los pormenores de mi aventura balcánica, quiero hablaros de todas aquellas cosas que todos los españoles que hemos vivido fuera de España echamos de menos sobre nuestro país. Por más que lo critiquemos mientras estemos aquí, nos quejemos del aburrimiento mortal de una cosa u otra o nos avergoncemos de ciertas situaciones, siempre siempre siempre nos faltarán:
1. Las persianas. Nunca entenderé cómo un invento tan simple, tan genial, tan barato NUNCA existe fuera de nuestro país. ¡Si hasta quita calor! Me he encontrado con contraventanas, con cortinas translúcidas, con cristales opacos, o incluso la nada más absoluta. ¡Encima en países donde amanece a las 5 de la mañana! Vamos a ver, que yo entiendo que no exportemos frutas tropicales, pero las persianas... Es algo que no entenderé jamás.
2. El jamón. Por muy buena que sea la comida local, un español siempre extrañará el jamón. Puede que también la tortilla de patatas de su abuela, el queso de su pueblo o el vino que hace en su casa, pero lo que nunca comprará un español fuera de aquí será jamón. Primero, porque el precio es abusivo. Y segundo, porque será el peor jamón del mundo, aunque a kilómetros de distancia sepa a gloria. Lo bueno de esto, es que con cada visita familiar o de amigos, el peaje obligatorio impuesto es el jamón. Lo malo, es que gente como mi madre me obliga a empaquetar todo tipo de embutidos y morcilla (por algo somos de Burgos) y voy siempre cual Paco Martínez Soria, poniendo cara de niña buena para que no me lo quiten en las aduanas.
3. El kalimotxo. También válido para el rebujito si eres del sur o la sidra si eres de Asturias/Cantabria/País Vasco. Lo que aquí es un acto social (ir a una terracita y tomar una caña o similar), fuera de España no es tan barato (en general), o es difícil de conseguir (si viajas a un país de mayoría musulmana). Así que lo mejor es pasarse a lo que hagan los locales. Cuando estuve en México, acabé acostumbrándome al pulque y las aguas frescas, pero jamás me gustó el clamato (una especie de bloody mery) ni las micheladas (unión de cerveza con chile y salsas que definiría como marranada).
5. El idioma. Al principio, te parece súper extraño que todo el mundo hable diferente, aunque vayas a un país de habla hispana. Poco a poco, se te pega hasta el acento y la forma de decir las cosas, y de repente descubres que hay palabras que no sabes traducir a tu idioma, o que tienen más significado si las dices como los locales. Y cuando vuelves a España, te parece rarísimo que todo el mundo hable castellano, que entiendas todo, e incluso es hasta un poco incómodo, porque todo el mundo te entiende.
6. Los amigos de toda la vida. Da igual todo lo que te quejes de ellos, de que no se hacen planes cuando estás en casa o de los nuevos amigos que hagas. Les echarás de menos simplemente porque estás en otro país, con otra cultura, donde a veces te sentirás incomprendido. Es normal, y lógico. Las visitas suponen algo más que un cambio en la rutina: te dan energía para otros cuantos meses. Y enseñar todo aquello de lo que te quejas (la falta de persianas incluida) y todo lo que te encanta te hace sentir un poquito más cerca de casa.
A pesar de todo, vivir fuera de tu país de origen es más que satisfactorio. Si la experiencia es negativa, como poco aprendes a ser más independiente, a valerte por ti mismo y maduras de una manera diferente a como lo harías aquí. Te vuelves más tolerante, más abierto, más curioso, y por supuesto, entiendes otras maneras de hacer las cosas (aunque estando donde estés las critiques). Si la experiencia es positiva, de repente te darás cuenta de que tienes amigos por todas partes del mundo, con los que te reencontrarás por difícil que sea. Y no solo eso, sientes que eres un poco también de ese lugar donde has estado.
Cuando regresas, valoras pequeñas sutilezas de tu país, cosas de las que siempre te habías quejado, aprendes a tener un criterio más riguroso de las cosas buenas y malas de cada sitio. Pero, sobre todo, descubres que ya no eres ni de aquí ni de allí, y aunque al principio te sientes un poco fuera de juego, acabas aceptándolo. Ya no eres la persona que te fuiste, ni nunca lo serás. Te sientes un poco extraño en tu lugar de origen, y sientes que nadie te entiende al 100%. Pero disfrutas cada vez que te encuentras con alguien del país donde fuiste, intercambias curiosidades y estableces un vínculo especial. Eres más del mundo que de ningún sitio, y eso hace que tu mente esté abierta a entender todo tipo de circunstancias.
1. Las persianas. Nunca entenderé cómo un invento tan simple, tan genial, tan barato NUNCA existe fuera de nuestro país. ¡Si hasta quita calor! Me he encontrado con contraventanas, con cortinas translúcidas, con cristales opacos, o incluso la nada más absoluta. ¡Encima en países donde amanece a las 5 de la mañana! Vamos a ver, que yo entiendo que no exportemos frutas tropicales, pero las persianas... Es algo que no entenderé jamás.
2. El jamón. Por muy buena que sea la comida local, un español siempre extrañará el jamón. Puede que también la tortilla de patatas de su abuela, el queso de su pueblo o el vino que hace en su casa, pero lo que nunca comprará un español fuera de aquí será jamón. Primero, porque el precio es abusivo. Y segundo, porque será el peor jamón del mundo, aunque a kilómetros de distancia sepa a gloria. Lo bueno de esto, es que con cada visita familiar o de amigos, el peaje obligatorio impuesto es el jamón. Lo malo, es que gente como mi madre me obliga a empaquetar todo tipo de embutidos y morcilla (por algo somos de Burgos) y voy siempre cual Paco Martínez Soria, poniendo cara de niña buena para que no me lo quiten en las aduanas.
3. El kalimotxo. También válido para el rebujito si eres del sur o la sidra si eres de Asturias/Cantabria/País Vasco. Lo que aquí es un acto social (ir a una terracita y tomar una caña o similar), fuera de España no es tan barato (en general), o es difícil de conseguir (si viajas a un país de mayoría musulmana). Así que lo mejor es pasarse a lo que hagan los locales. Cuando estuve en México, acabé acostumbrándome al pulque y las aguas frescas, pero jamás me gustó el clamato (una especie de bloody mery) ni las micheladas (unión de cerveza con chile y salsas que definiría como marranada).
5. El idioma. Al principio, te parece súper extraño que todo el mundo hable diferente, aunque vayas a un país de habla hispana. Poco a poco, se te pega hasta el acento y la forma de decir las cosas, y de repente descubres que hay palabras que no sabes traducir a tu idioma, o que tienen más significado si las dices como los locales. Y cuando vuelves a España, te parece rarísimo que todo el mundo hable castellano, que entiendas todo, e incluso es hasta un poco incómodo, porque todo el mundo te entiende.
6. Los amigos de toda la vida. Da igual todo lo que te quejes de ellos, de que no se hacen planes cuando estás en casa o de los nuevos amigos que hagas. Les echarás de menos simplemente porque estás en otro país, con otra cultura, donde a veces te sentirás incomprendido. Es normal, y lógico. Las visitas suponen algo más que un cambio en la rutina: te dan energía para otros cuantos meses. Y enseñar todo aquello de lo que te quejas (la falta de persianas incluida) y todo lo que te encanta te hace sentir un poquito más cerca de casa.
A pesar de todo, vivir fuera de tu país de origen es más que satisfactorio. Si la experiencia es negativa, como poco aprendes a ser más independiente, a valerte por ti mismo y maduras de una manera diferente a como lo harías aquí. Te vuelves más tolerante, más abierto, más curioso, y por supuesto, entiendes otras maneras de hacer las cosas (aunque estando donde estés las critiques). Si la experiencia es positiva, de repente te darás cuenta de que tienes amigos por todas partes del mundo, con los que te reencontrarás por difícil que sea. Y no solo eso, sientes que eres un poco también de ese lugar donde has estado.
Cuando regresas, valoras pequeñas sutilezas de tu país, cosas de las que siempre te habías quejado, aprendes a tener un criterio más riguroso de las cosas buenas y malas de cada sitio. Pero, sobre todo, descubres que ya no eres ni de aquí ni de allí, y aunque al principio te sientes un poco fuera de juego, acabas aceptándolo. Ya no eres la persona que te fuiste, ni nunca lo serás. Te sientes un poco extraño en tu lugar de origen, y sientes que nadie te entiende al 100%. Pero disfrutas cada vez que te encuentras con alguien del país donde fuiste, intercambias curiosidades y estableces un vínculo especial. Eres más del mundo que de ningún sitio, y eso hace que tu mente esté abierta a entender todo tipo de circunstancias.
Yo echo de menos el cocido de mi padre. Cuando vuelvo de viaje no falla: " papá, hazme unas lentejas, anda..." ��
ResponderEliminarJejeje, esperemos que hoy no las hayas pedido!!!!
EliminarTengo una amiga que recién se regresa a España y seguro anhela algunas de estas cosas, y las micheladas yo creo que a ella si le gustaron jajaja
ResponderEliminarQué bueno! Seguro extraña esas cosas y muchas otras más, pero también nos fuimos con una parte de México en nuestros corazoncitos :)
EliminarGracias por leer y por el comentario!!