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Las anécdotas más divertidas

Cual cuñada pesada que ha hecho 3000 fotos en su último viaje y te las enseña una a una con largas explicaciones sobre cada segundo del mismo, vengo a la carga con las anécdotas más divertidas que me han ocurrido en los distintos viajes que he hecho. Y si no consigo sacaros una leve sonrisa, al menos yo me lo he pasado pipa recordando todos esos momentazos.

¡Aquí tenéis el top ten del anecdotario viajeril! (En realidad, eleven, porque después de ponerme a recordar historias, no pude obviar ninguna más...)

11. Si es que no estoy acostumbrada... En 2013, mientras vivía en México, fuimos cinco españoles a Guadalajara. Una ciudad muy diferente a lo que estábamos acostumbrados allá, que nos dejó un poco confusos. A la vuelta, el dueño del hostal donde nos alojamos nos llevó a la estación de autobuses, que está bastante alejada de la ciudad, y como eran vacaciones, el autobús nos salía a mitad de precio. Así que tomamos uno de los buses de lujo. Y, por una vez, no estoy exagerando. En México (y, por lo que he visto, también en Colombia) hay distintas compañías de autobuses, y distintos rangos de comodidad (y de precio). Normalmente, yo viajaba en aquellos que eran cómodos, pero que eran estándar (y siempre lo explico diciendo que no llevan ni gallinas, ni cabras. Y no exagero, es que son compañías que no permiten el transporte de animales). De hecho, cada día tomaba combis para ir a la universidad, que vienen a ser unas furgonetillas adaptadas para el transporte de pasajeros, sin horarios fijos, sin mucha comodidad, y donde la mayoría de la gente va encajonada, por lo que los que tienen la suerte de ir sentados normalmente te llevan la mochila, bolso o aquello que lleves y te impida agarrarte (y esto es muy útil, porque conducen muy rápido, y el riesgo de caerte o salir volando es más que aceptable). La cuestión es que yo estaba acostumbrada a autobuses como los españoles, cómodos pero sin más. Y ese autobús de lujo es que era muy de lujo. Tenía reposa-piernas (fundamental si haces viajes largos), orejeras para que no se te cayera la cabeza para todos lados, reclinación máxima... Era tan cómodo y tan de lujo que me puse nerviosa pensando que lo tenía que aprovechar tanto, que no pude dormir. Hala.

10. Por querer ir a contracorriente. En mi último viaje, los Balcanes (mayo de 2017), nos levantamos a las 5 de la mañana (que ya me parece bastante buena, como broma) por si acaso no encontrábamos taxis (como así fue) para llegar a nuestro bus de las 5.45 en dirección a Belgrado. Después de una pateada en ayunas, nos montamos en el bus (todo bien, maravilloso y perfecto), y nos dispusimos a disfrutar del paisaje. Seríamos 8 ó 9 en el bus, y por supuesto nosotros dos, los únicos extranjeros. Y pasaron unas horas, y llegamos a la frontera con Serbia. En la zona de control de Bosnia, no pasó nada. En la zona de control de Serbia, subió el policía, nos miró de arriba abajo, nos preguntó adónde íbamos, para qué, nos revisó los bolsos y se llevó a mi compi de viaje, con maleta incluida, a revisión. Y encima como somos un poco ratillas pues ahí que llevábamos el azúcar, el café soluble y la cecina que habíamos comprado en Sarajevo. Afortunadamente, después de los diez minutos más largos de mi vida, nos dejaron pasar y seguimos con nuestro viaje como si nada hubiera pasado. Excepto con la anécdota pal body, claro (y el sustete).

¿Bienvenida? Sí, seguro.
9. Popurrí italiano. En 2010, aprovechando el final de los exámenes y el Erasmus de una amiga, nos fuimos a Padova (Italia). Después de aterrizar en Milán con mil horas de sueño acumulado y visitar Verona, por fin llegamos a Padova. ¡Y cuál fue nuestra sorpresa cuando nuestra amiga Marta nos dice, al cabo de llegar, reencontrarnos, abrazarnos y todo eso, que tenemos que ir al mercado negro de bicis robadas a conseguir unas! Pues allá que fuimos. No recuerdo muy bien dónde era, pero recuerdo un parque, una lenta espera y al cabo de un poco, gente ofreciéndonos bicis (bicis que aún no existían), mientras Marta nos decía que ahora nos traerían unas (advirtiéndonos que tendríamos que salir rápido del parque porque a veces venían los dueños a reclamarlas). Todo muy tranquilo.
Lo mejor de todo fue que, una vez tuvimos las bicis, y después de conocer la ciudad, teníamos una fiesta Erasmus de disfraces. Y en nuestra mochila (equipaje de mano de Ryanair) no es que trajéramos mucha ropa (de hecho, yo llevaba todo lo que no les había cabido a mis compañeras de viaje). Así que nuestro disfraz - teóricamente - de piratas, era de todo menos de piratas. Creo que parecíamos más La Bruja Lola pretendiendo ser menor de 40 años. Todo un cuadro.
Quizás esta historieta no sea de las más graciosas (aunque sí de las más ilegales), pero fue donde conocí a una de mis compañeras de aventuras locas y experiencias vitales: Eva. Y el flechazo fue instantáneo. Nos dimos cuenta al momento que estábamos las dos igual de descarriadas y felices. Una historia que siempre contamos cuando nos preguntan cómo nos conocimos.

8. Pelea de iguanas y alacranes. Y de postre, una de indígenas. Cuando Eva y yo estábamos viviendo en México, en 2014, recibimos la visita de unas amigas españolas. Así que no nos lo pensamos dos veces y nos fuimos de viaje por Yucatán, Chiapas y Oaxaca. Ya se acercaban los últimos días del viaje y decidimos ir a Puerto Escondido (en el estado de Oaxaca), paraíso de surferos y sobre todo lugar de destino de locales (nada que ver con la masificación de Yucatán. Y si quieres saber más, aquí te lo explico). Un lugar donde además de buen rollo, playas bonitas, surf y tortugas marinas, lo que abundan son hosteles tirados de precio. Así que nada más llegar, encontramos uno por unos 3€ (persona y noche). Para Eva y para mí, acostumbradas a los precios mexicanos, nos parecía más que estupendo. Para las recién llegadas de Europa, con sueldos europeos, era un poco bastante cutre. Así que casi les da un pampurrio cuando unas iguanas comenzaron un duelo a vida o muerte en el "tejado" (y lo pongo entre comillas porque en estos lugares costeros, las cabañas son de madera con techos de hoja de palma), tras lo cual el dueño del lugar encontró un alacrán en sus zapatos. Y ni corto ni perezoso, lo cogió con su cuchillo y lo echó en otra parte del hostal, aduciendo que "no daba buen aura matar un alacrán si éste no mostraba actitud violenta". Mientras Eva y yo nos desternillábamos, nuestras amigas palidecían y flipaban a partes iguales.

Playa Carrizalillo, en Puerto Escondido
Lo mejor estaba aún por llegar, cuando desde Puerto Escondido tomamos una combi a Oaxaca (capital del estado) unos días después. No sé si sabéis lo que es una combi. Viene a ser cualquier tipo de vehículo de transporte de personas, generalmente una furgonetilla de carga que se adapta con algún asiento y demás. Por supuesto, la comodidad brilla por su ausencia. Pero son las más económicas y hacen el viaje nocturno. Vamos, que todo son ventajas. La parte mala viene cuando llegas a Oaxaca sobre las 6 de la mañana, en un estado en el que no sabes si eres persona o cuerpoescombro. Y en este caso, cuando llegamos al hostal (también a un precio bastante apetitoso), nos encontramos algo así como con una convención de indígenas, todos con sus huaraches (unas sandalias que ellos mismos fabrican) y vestidos de blanco. A pesar del primer impacto, creo que ya estábamos tan de vueltas de todo que dormimos como lirones.

7. Historias InterRaileras. En 2008, con algunas compañeras del Colegio Mayor donde estudiaba, en Oviedo, nos fuimos de InterRail por Europa. Una experiencia de poco descanso y mucho tute, que me gustó muchísimo y en parte fue el late motiv de este blog (de ello os hablé aquí), llena de anécdotas muy divertidas y diversas, que dejamos recogidas en un diario que íbamos escribiendo más o menos cada noche. Una de ellas tiene que ver con una gran infección en la boca que tuve más o menos a la mitad del viaje, entre Berlín y Praga. Una infección tan brutal que no pude comer ni hablar durante 2 ó 3 días, hasta que la medicación que me recetaron empezó a hacer efecto. Y aparte de tratar de comunicarme mediante sonidos guturales - que mis amigas decían entender, pero que obviamente no entendían -, y además de enfadarme porque no poder comer es una de las mayores torturas que he sufrido, cuando volvimos a España tuve una parálisis facial. Sí, sí, en serio. La mitad de mi cara no se movía. Afortunadamente, no duró más de 15 días.

Días antes de la gran infección.
Cómo posar cuando tienes parálisis facial
6. Cuando las gangas, no salen gangas. Una de las historias más divertidas que viví en México fue al poco de llegar allí, en octubre de 2012, cuando algunos de los extranjeros que estábamos allí de intercambio decidimos ir a Guanajuato al festival Cervantino, un evento cultural muy famoso en todo el país. El problema era que todos los alojamientos estaban carísimos, así que mi compi de aventuras Ari (con la que fui allá) encontró uno muy, muy barato que salía del DF, y nos apuntamos unos 14. Cuando llegamos a la salida del bus, no sólo este estaba casi descascarillado, sino que algunos asientos eran prácticamente horizontalizables (no se podían poner en vertical), y la gente empezó a montar una fiesta memorable, en lo que iba a ser un viaje de unas 8 horas. Al llegar, nos encontramos con una casita bastante humilde, donde dormíamos en 2 cuartos: el primero, para 6; y el segundo... para el resto (literalmente, esto fue lo que nos dijo el chico encargado del viaje). Ni que decir tiene que había 2 camas y un sofá por cuarto, y que los 14 teníamos que compartir un baño y una ducha que funcionaban a duras penas. Todo un show. Quizás en otras condiciones hubiera supuesto un drama, pero desde que Tessel (una de mis roomies holandesas) y yo vimos el panorama, no dejamos de reír (y de hecho cuando nos hemos visto de nuevo siempre hemos recordado la historia sin poder parar de reír una y otra vez), mientras la pobre Ari, que pensaba que todo el mundo la culparía por semejante panorama, se exculpaba diciendo que ella solo había encontrado el viaje por Facebook y que todos lo habíamos cogido voluntariamente.

5. Noche en el aeropuerto. Creo que ésta es la típica anécdota de todo viajero. Tener que pasar la noche en una estación (como nos pasó varias veces en el InterRail, aunque lo malo es que no te suelen dejar, por lo que acabas quedándote dormido de pie, hasta que te vienen a echar de nuevo) / aeropuerto, como me pasó a mí. Lo más divertido es que no fue la consecuencia de un retraso. O, bueno, en realidad, sí. Pero del mío (el retraso). Vamos, que tenía que haber comprado el billete para un día, y lo compré para otro. Todo tiene una explicación, y es que cuando lo compré estaba trabajando en Francia, sin internet, y con un portátil que no era mío. Habíamos quedado varios compañeros del trabajo para cenar, y mientras algunos fueron a por la cena, yo estaba comprando el Ryanair en cuestión. Pero las prisas hicieron que no comprobara las fechas y zascatrasca, ahí me encontré yo durmiendo en el aeropuerto de Stansted, mientras un chico me miraba fijamente, abrazada a mi mochila a modo de almohada. Debía de tener tal careto que al día siguiente me preguntaron mi edad para ponerme una azafata. Claro que casi se caen del susto cuando les contesté, porque pensaban que era menor de 16...

Eva y yo rememorando nuestro paso a Guatemala
4. Odio a las autoridades migratorias. Durante la visita de nuestras amigas españolas en México, antes de la pelea de iguanas y después de visitar Tulum (si te interesa conocer cenotes, playas paradisíacas y demás, mira aquí), pasamos unos días en Chiapas (un lugar indescriptible, del que he hablado en varias ocasiones en el blog, donde la mezcla entre indigenismo, naturaleza, costumbres y encanto es tan brutal que se me hace muy difícil describirla). Como yo tenía que bajar a Guatemala para tener mi visa en orden, nuestras amigas se fueron al cañón del Sumidero, mientras Eva me acompañó a la tarea (¡¡y cuánto se lo agradezco!!). El día empezó con una Coca-cola explotando en la estación de bus, continuó con nuestras penurias típicas (nuestras dietas basadas en sandwiches de atún y zanahorias), pero lo que nos dejó flipadas fue llegar a la frontera mexicana, donde solo había un puesto de migración. Y ya. Una vez que resolvimos las anecdotillas que nos surgieron (teníamos que pagar una tasa, pero no teníamos dinero y el banco más cercano estaba 100 Km atrás, lo típico), cogimos un taxi que nos llevó a la frontera guatemalteca (a 2-3 Km). Pasamos a Guatemala, dimos una vuelta por el pueblo, nos sentimos un poco raras, y al volver a México, las autoridades guatemaltecas por poco nos quitan el pasaporte, diciéndonos de todo menos cosas bonitas. Así que volvimos al puesto mexicano, falsifiqué un poco nuestros pasaportes para que no nos pusieran pegas, y casi dando saltos de alegría volvimos a la estación de bus de aquel lugar en mitad de la nada... cuando nos dijeron que la carretera estaba cortada porque había manifestaciones (es algo que suele ser bastante habitual en Chiapas y Oaxaca, en parte porque las comunidades indígenas suelen ser utilizadas por los gobiernos de turno a su antojo, y en parte por un sinfín de razones que no vienen ahora al caso). Después del día de infortunios, se antojaba misión imposible regresar, pero logramos localizar una combi que volvía a Comitán y de ahí logramos tomar otra hasta San Cristóbal de las Casas. Nuestras amigas nos esperaban con otra aventura en la que casi se queden en mitad del monte en una combi que las llevaba a Oventik (uno de los caracoles zapatistas). Y es que en Latinoamérica todo es posible, aunque se escape a nuestro control.

3. Nunca he perdido ningún avión, ni maleta, ni bus.. pero casi. Allá por 2003, emprendí mi primer viaje sola. Tendría unos 16 años, ganas de aventura, cara de niña y el pasaporte recién sacado. Y el destino de mi viaje, Polonia, a casa de una chica que conocí en Francia unos años antes, y que el verano anterior había venido a mi casa también unos días. Mi vuelo, que salía de Madrid, tenía que hacer escala en Zurich, para llegar a Krakow. El primer susto vino cuando despegamos con 2 horas de retraso, teniendo yo media hora para mi escala, con lo que me quedé de piedra pensando en que tendría que arreglarme la vida para pasar una noche (o quién sabe cuánto) en Zurich porque habría perdido mi segundo vuelo. Así que llegué a Zurich y salí del avión a la carrera, embarcando en el momento justo en que cerraron las puertas. El segundo vino al llegar. El aeropuerto de Krakow es uno de estos aeropuertillos caja de galletas, por aquel entonces compartido con el ejército polaco. Y llegar y ver un montón de ejército polaco, no mola. Y cuando esperas tu maleta, y ves que te quedas sola, y que llega otro vuelo, y que sigues allí, y que se van, y tu maleta sigue sin aparecer... mola menos. Así que tuve que ir a preguntar por mi maletita, que estaba en Zurich (yo corrí para embarcar, pero ella no), y llegaría en unos días. Afortunadamente, por aquel entonces mi amiga polaca y yo nos escribíamos cartas (sí, cartas, existían esas cosas) y me acordaba de su dirección (con un montón de consonantes juntas y esas cosas tan polacas). Así que el susto también fue sustete, pero allí que me planté en su casa sin siquiera unas bragas, teniendo que calzarme unas xxs de su madre (esa gente no sé qué come, pero está muy delgada). Todo muy cómodo.

2. Marruecos mágico. En Marruecos he vivido, junto con Carlota (del blog noesnadapersonal, aquí), mogollón de experiencias vitales. De estas cosas que te sacuden de arriba abajo, y marcan un antes y un después en tu vida. La primera vez, fuimos ella, otra amiga y yo, en 2010. Fuimos de pininas, sin saber nada ni sobre el país ni casi sobre la vida. Ella conocía a un chico de Fez, Nabil (la primera ciudad donde estuvimos), y el sobrino de éste quedó con nosotras a las 6 en la famosa puerta que da entrada a la Medina. Nosotras allí que fuimos, estuvimos esperando, y nadie apareció. Y como todo nos sonaba a chamusquina, nos fuimos. Hasta que la llamaron, una hora después, diciendo que nos estaban esperando. ¡¡Llevábamos 2 ó 3 días en Fez y todavía no sabíamos que allí era una hora menos!! Así era nuestra ignorancia. Curiosamente, ella tiene un post muy divertido (a la par que crítico) sobre esta historia (aquí). Por si no fuera poco, no sólo la familia de Nabil nos llevó por toda la medina, enseñándonos los rincones más recónditos, sino que además nos invitaron a cenar. Y como era Ramadan, ¡tuvimos que cenar 3 veces, una por cada casa a la que nos llevaron!

Nuestra primera o segunda cena, con Ayoub, Karama, Fouad, Abdenour, Fatima... 
Pero ya digo que han sido muchas las historias vividas. La segunda vez que bajamos, un año después, lo hicimos las dos solas. Fueron 10 días en los que queríamos ver Chefchaouen (creo) y no me acuerdo de cuántas cosas más. Nos quedamos los diez días en casa de Nabil y de su familia, conviviendo con ellos, aprendiendo a hacer pan, enseñándonos cómo cocinaban, yendo a por agua a 48 grados de temperatura, durmiendo en el suelo como lo hacen ellos. No es una anécdota en sí, pero creo que en esos 10 días aprendí más sobre la vida y sobre mí misma que en los taitantos años que me contemplaban.

1. Cuando lo inesperado se vuelve fenomenal. Estas navidades, me fui a Colombia a visitar a mi amiga Eva (la que conocí en Italia y la misma también que vivió en México). Ella vivía en Tabio, cerca de Bogotá. Así que pasados unos primeros días geniales en su pueblito y en la capital, cogimos un bus en Bogotá con destino Riohacha, para llegar finalmente a la Guajira, concretamente al Cabo de la Vela. Nuestro autobús creo que supuestamente duraba unas 17 horas. Y digo supuestamente, porque no llevábamos ni 3 horas de viaje, cuando el camión se baró. O sea, que se estropeó. De hecho, yo creo que salió medio estropeado, porque subíamos unas cuestas tremebundas (la orografía colombiana también se las trae) y nos adelantaban hasta las bicis. La cuestión es que el autobús se echó a un lado de la carretera (ya era de noche) en una aldeíta con 4 casas y un bar (fundamental) y los dos conductores se pusieron a arreglarlo (impensable en España, pero bastante común en Latinoamérica, donde son los conductores y no la compañía los que se encargan del mantenimiento de los vehículos - un OLÉ enorme para ellos). Mientras tanto, aquí en España la gente se hubiera puesto de un humor que pa qué, lanzando todo tipo de improperios. ¿Qué hicieron, en cambio, los colombianos y venezolanos que llenaban el autobús? Tomárselo con filosofía. Más que filosofía. Se pusieron a beber polas (cerveza), a invitar a los que querían unirse, a reír, hablar y disfrutar, sin dejar de repetir: "lo importante es llegar, sea cuando sea". Quizás, a nuestros ojos, con nuestras prisas y nuestros planes, sea algo impensable. Indignante, incluso. Pero el carácter latino hizo que disfrutara de unas 3 horas riendo sin parar, compartiendo la vida. Y que me diera igual si llegábamos antes o después. Al final, fueron 27 horas de viaje, y casi casi salimos de ese bus siendo amigos de todos, deseándonos buena suerte (sobre todo para los venezolanos que aún tenían que pasar la frontera). Sí, no llegamos al Cabo de la Vela ese día. Pero ya llegaríamos al siguiente.

Nuestro hogar en el Cabo de la Vela, Kayusipaa (una ranchería Wayuu)
La espera bien mereció la pena... Cabo de la Vela, Guajira Colombiana

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