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Diario de Colombia, por Juan Sedano

La segunda colaboración de este blog me trae muchos recuerdos de mi viaje a Colombia en las navidades pasadas. Muchas de las vivencias que relata me transportan a esa Latinoamérica viva que extraño tantas veces. Su autor, Juan Sedano, es un verdadero viajero, capaz de transmitir toda esa vida, todas esas emociones, todas esas sensaciones y todo eso que a veces experimentamos al viajar y al poder compartir momentos, más que descubrir lugares.

Así que, al lío.

Posdata: me he tomado la libertad de incluir algunas imágenes de mi viaje a Colombia, ya que también estuve por el Cabo de la Vela, hablando con muchos wayuus, y por Palomino y Cartagena.

Diario de Colombia

Los primeros días en este continente sagrado transcurren desde la primavera eterna de Bogota a la fiesta perpetua de los costeños de Palomino. La ciudad de Bogota únicamente me ha transmitido hasta el momento el terror de la desigualdad. Sería absurdo vivir allí pero también he sacado cosas buenas como conocer a Marìa y Emilio. Dos trabajadores del campo boyacense inmigrantes en la gran ciudad y tan buena gente como su hija. Hablar con Doña marìa es volver a mirar a los ojos a una antigua conocida, mi estimada abuela Marta en los valles cruceños Bolivianos.  Desde que vislumbro las blancas cumbres de la Sierra Nevada de Santa Marta todo empieza a cambiar. Los trabajos de oficina y la burocracia dejan paso a  un mundo de pescadores con acento guajiro con muy pocas preocupaciones  que no sean realmente necesarias. De primeras lo primero que puedo aprender de estas gentes es la paciencia que un viajero necesita para empezar a navegar  otra vez. Nada más llegar a Santa Marta contemplo los guajiros con carritos atestados de termos de café que van vendiendo por los bares de carretera que hierven de gentes y motoristas que paran allì para el almuerzo. De camino a Palomino resuena la guerra de los  mil días y la masacre de marketalia. Comienzo a oir a hablar de los Davon y de todos los campesinos sin tierra expulsados por los bananeros. Al parecer son estos los orígenes legítimos de las primeras guerrillas, antes de consumirse entre el polvo del narcotráfico.  Llegamos al atardecer a la choza de Liliana, una estudiante de ambientales que vive con su novio artista en una choza de madera en Palomino. Nada màs llegar nos recibe una alegre procesión  de tambores a ritmo de mapalè y cumbia  que preside la reina de las fiestas del pueblo.  Un recibimiento que no olvidarè.

Esta sierra de plataneros y ceibas tiene algo de mágico que transciende los cuentos de Gabo. Solo hay que empezar a hablar con Edgar para saber lo bien que le recuerdan a Gabriel en estas tierras .
Esa misma noche conozco a Belcha. Una señora negra y bailona que parece sacada directamente de las páginas de cien años de soledad.

Me cuenta que se está preparando para ir al carnaval de barranquilla, que baila todos los ritmos y que siempre que va es la reina. Según me cuenta ella tiene 18 hijos  y que tubo otros siete pero murieron en muchos casos en el conflicto guerrillero. La madre de Belcha tubo 80 nietos y era una liberal convencida. Tanto es asi que siempre iba vestida de rojo, como símbolo de apoyo al partido. Según cuenta belcha en su familia si apoyan a un partido lo hacen en masa, porque así pueden negociar mejor con el gobierno  de turno. Así ha conseguido un transformador que guarda en su choza a la espera de que le consigan el cable para llevar la electricidad.Según ella la alcaldía le debe favores.  En su familia son pescadores de vocación.

Según me cuenta Belcha, antes de empezar a construir las cabañas que tiene a lado del mar ella se lo pidió al mar y el mar le dijo que si la dejaba. Ella dice que el mar está llorando porque no llueve, pero que le ha contado que en los próximos días sí que lo hará. También me habla de los caimanes de los ríos y de cómo se comieron a varios niños delante de ella cuando los cruzaban para ir a Santa Marta. Dice que en el mar hay muchísimos peces martillo y que hay que tener cuidado por los bosques circundantes porque a ella le persiguió un jaguar y que únicamente se salvó de el a llegar a un rio. Resulta que el jaguar no se atrevió a cruzar.

Al día siguiente vamos caminando paralelos al mar hasta llegar a unas cabañas situadas en un acantilado. Allí vive Belcha, como una bruja de tiempos pasados. Comemos en su casa “sancocho de gallina” y conocemos a alguno de sus 18 hijos. Despuès de preparar una pócima para el dolor de barriga de Jenny con una planta que se llama “contrahierba “nos habla de los conocimientos botánicos de los costeños. Nos enseña las cabañas que está construyendo en la playa con su socio Javier (un paisa de unos 30 años con pinta de mafioso). Por la noche llega lo más interesante ya que Belcha se pone otra vez a contar historias en nuestra cabaña a 10 metros del mar enfurecido. Nos habla de cómo llegaron los primeros guerrilleros guiados con un cura vestido de negro. (seguramente fue Camilo Torres)  Dice que de los labios de ese cura oyò mencionar por primera vez al demonio  y se enteró de como cristo murió en la cruz.  La guerrilla le mato a su marido cuando ella estaba embarazada y del disgusto su hija salio con un problema de corazón.  En esa época se desplazó para Barranquilla por miedo al conflicto.  Seguimos hasta altas de la madrugada con estas historias hasta que quedamos dormidos. Esta noche tengo un sueño en el que aparece Belcha bailando y subiéndose en un camión  sin parar de bailar y de ahì hasta el carnaval de Barranquilla.  Desde luego a Belcha solo  le faltan las mariposas amarillas, el resto ya lo tiene. 

Palomino
Temprano nos levantamos para dirigirnos otra vez a Palomino. Nos pasamos el día recorriendo este pueblo costeño donde los hippies y los surferos están montando un pequeño resort. Este lugar paradisiaco a los pies de la Sierra Nevada de Santa Marta es un mejunje  entre las culturas wayuu, cogi, los surferos y algunos hippies descarriados que vienen de Taganga lo que constituye un buen escenario para montar un follón monumental. Consumada la noche a orillitas del caribe, seguimos con Belcha que sigue pletórica. La negrita ardiente nos habla de la fiesta del aguacate, la fiesta de la papaya, la del kiwii, la del mango y demás celebraciones frutales. Nos dirigimos a su casa donde tiene un pequeño jardín botánico y un huertecito (bueno, decir casa es mucho: una chabola de 3x3 metros que es de lo más pobre que yo he visto en toda Latinoamérica). Hoy nos habla de cómo vivió en un parque de barranquilla con otros desplazados y de cómo acabo haciendo inventarios de pobres para un plan de viviendas sociales. Cuenta Belchita que en bocagrande ella ayudaba a sordos y ciegos a ganarse unos pesos y nos habla de sus intentos para  plantar plátanos y con sus ruinas sucesivas.  Nos habla de sus problemas con el ejército cuando intentaron sacarla de su tierra por estar en parque natural y de sus intentos fracasados con el cultivo del plátano. A media mañana nos despedimos de ella por el momento yo, como me pasa en muchas ocasiones en este continente, sigo sin saber de qué vive realmente Belchita.

Hoy es dia de negocios Ruralive entre Lili y Jessi así que tenemos una larga reunión. Lili parece decidida a ser la coordinadora del proyecto en la guajira. Por la noche acabamos en una fiesta en la playa a ritmo de mapalé y cumbia. Suena el saxofón con los tambores y el llamador al más puro estilo de Palenque de San Basilio (pueblo cercano a Cartagena fundado esclavos negros fugitivos donde se encuentran muy bien conservadas las raíces africanas y cuna de ritmos como el mapalé).

Por la mañana salimos pronto para adentrarnos en las profundidades de la guajira. Nuestro próximo destino es una aldea ancestral wuayu donde hemos quedado con Roxana para tratar de involucrar en el proyecto a más familias. Nada más llegar nos encontramos con un panorama nada desdeñable.  En un tejabano que parece ser el hilandero bajo el infierno ardiente del sol de la guajira, 3 señoras guayuus tejiendo un chinchorro (una hamaca enorme tejida  con lana de muchos colores) Las acompaña un hombre borracho y la gran Roxana. Después de una pequeña presentación nos vamos hacia casa de Roxana. El resto de las mujeres wuayuus se quedan en la plaza.  Nos encontramos en el medio de la guajira, un lugar donde lleva 4 años sin llover. Un auténtico desierto donde resulta extraño encontrar vida, con un calor tan asfixiante como seco que no te deja casi respirar. Todas las plantas son caztaceas y plantas con metabolismos extremos adaptados al desierto y  el único agua potable se sirve en cisternas que paga el estado colombiano. La situación es de pobreza extrema y sin embargo aquí todo el mundo sonríe.

El Pilón, en el Cabo de la Vela
En la reunión se explica a Roxana el proyecto y cuáles serán sus beneficios como persona participante. Roxana no para de reírse porque le hace mucha gracia pensar en la posibilidad de que extranjeros vivan con ella y su familia. Es una cachonda mental. Comemos un arroz con gambas de la guajira junto con Roxana y sus tias. La comida se cocina  en el suelo, con brasas de leña.

Por la tarde nos vamos con Roxana y los niños (que están como locos con la guitarra) a visitar los flamencos rosados de las salinas que se encuentran a las afueras de perico. Nos reímos muchísimo con las chorradas que dice Andrés y luego con una barca cruzamos el lago hasta los flamencos.  El paisaje es próximo al lejano oeste pero con cientos de cabras  que los wuayus dejan campar a sus anchas. Me sorprende que sobrevivan porque la tierra se agrieta bajo nuestros pies bajo un sol de justicia insalvable.  Nunca llueve.

Roxana  me enseña a decir te quiero  mucho (“ARISTA PURA PIA ARACATAN CUNAY) y hasta mañana ( GUATA). Los chistes sobrevuelan y hay 35 niños en casa pidiéndome que toque la guitarra. Siento bastante afinidad por los wuayuus. A diferencia de otras tribus indígenas que he conocido están orgullosos de su propia cultura, siempre hablan wuayuu (menos con nosotros) Roxana sobrevive altivamente en perico. No se le mueve un pelo y siempre está con una sonrisa. Muchísima conexión con esta familia. 

Las muchachas del pueblo comienzan a decirnos que nos quedemos para el carnaval. En qué momento le dije que no tengo novia...  Roxana me presenta a una niña del pueblo para que me case con ella dice que cuantos chivos ofrezco. Dice que tengo que ofrecer varios collares y chivos como marca la tradiccion wuayuu. Roxana me habla de las necesidades de estos pueblos, que si podemos encontrar a alguien para  hacer un proyecto de agua porque lo necesitan…. Dice que en Mayapo se podría hacer un pozo y encontrar agua salada a 100 m de profundidad lo cual les serviría para lavarse y lavar la ropa y los platos. En realidad me encantaría trabajar con esta gente…


Según cuenta Roxanita los entierros wuayuus son un día muy especial porque toda la familia se junta. Dice que también es tradiccion wuayuu hacer un segundo velorio conforme el cual se desentierra al muerto una vez ha pasado un año bajo tierra para volver  a hacer una especie de ceremonia. También  me cuenta que los wuayuus una vez que dan su palabra siempre lo cumplen. Por eso no me atrevo  a prometerle que volveré pero sí que le prometo que haré lo posible. A pesar de que tiene marido e hijos me pone ojitos y me enseña una canción “vallenato” en el que habla de  dos  jóvenes que viven en pueblos muy alejados y por eso no se  pueden amar…. Menudo percal… Antes de irnos las chavalas del pueblo nos recuerdan que nos perderemos muchísimas cosas… si no nos quedamos al carnaval.

El taxista que nos lleva a Riohacha se llama Miguel. Es un joven estudiante de “etnomaestro” me cuenta que en sus estudios le han enseñado a amar a su tierra y que  quiere trabajar y luchar por los pueblos de la guajira. Solo tiene 21 años y nos da una verdadera clase de historia y arraigo. Llegamos a Riohacha. Un caos de coches y tiendas  que a mí me encanta  por los recuerdos que me trae de Cochabamba. 

En el viaje al Cabo de la Vela conocemos a Ariadna que es una profesora de matemáticas con rasgos de pura belleza costeña de que estuvo en Minca dando clases en la sierra a niños (muchos hijos de guerrilleros). Quedamos con ella en hacer algún día la ruta hacia las cumbres de la sierra nevada de Santa Marta y para caminar también hacia ciudad perdida.


Típica ranchería Wayuu
Llegamos al Cabo de la Vela y pasamos todo el día siguiente disfrutando de sus espectaculares vistas con las gaviotas y los alcatraces pescando como locos a nuestro alrededor. Impresiona la cantidad de vagabundos wayuus en la miseria.
Volvemos a Riohacha y hacemos un poco de turismo convencional paseando por la noche en el malecón y nos tomamos una cerveza en la playa que nuestro amigo Andrés agradece sin límite.
De camino al PNN tayrona el señor conductor de la flota nos sorprende con un vendaval de películas de boxeadores. En trayecto del viaje la policía intenta robar a un pobre desgraciado que había subido  2 cajas de cerveza al autocar para ganarse unas perras. Lo acusan de contrabando. El hombre delgaducho y acabado dice que está enfermo pero aun así le empujan y le quitan las cajas. En ese momento ocurre algo precioso que jamás hubiera ocurrido en España. El conductor se niega a arrancar y la gente comienza a bajar del bus a increpar a los policías. Bajan chicas jóvenes con sus bebes gritando y otros graban a los policías. Al final los policías le devuelven las cervezas al pobre hombre. Tremendo bofetón al individualismo de nuestros días. Nuestra mejor arma es la solidaridad.
Pasamos un par de días en el parque nacional Tayrona y allí caigo enfermo como no podía ser de otra manera. Llego a barranquilla sin ningún ánimo y en unas condiciones deplorables. Aun asi el poder del carnaval es tremendo. Después de encontrarnos con Isabel (una amiga de Andres) nos dirigimos a su casa en el coche de su hijo Sergio. Se trata de una noche de guacherna  en la que los tambores gaitas, llamadores  y miles de colombianos  salen a las calles a bailar a ritmo de cumbia, salsa y mapalé. Hemos llegado a barranquilla en un día importante: El segundo carnaval más importante de toda America latina.  Suena el 3-2 y el 2-3 hasta altas horas pero yo estoy en la miseria  y por mi estómago me arrastro por las calles mientras Andrés no para de darme aguardiente porque cree que es lo mejor para curarme.

Contemplar el Carnaval de Barranquilla me hace pensar sobre la belleza de las colombianas y sobre las contradicciones que produce en mí el  hecho de que todas se operen.  (60% de las chicas según Jenny Andrés y esta gente) He de señalar que llego a entender que las muchachas se operen en una sociedad vomitivamente superficial.

La mortificación de  mis tripas continúa como paso de rigor en mi adaptación al continente. los Llegamos al antiguo bar de Isabel en la playa de “ Puerto Colombia” Según nos cuenta, los domingos la gente de barranquilla se dirige allí para bailar “OACASO” y beber hasta caerse arrastrados por las arenas de la playa.  Parece ser que todos los domingos se ahogaba alguien en el mar. Una de las grandes ideas que tubo Isabel en esos tiempos es construir alado del chiringuito una habitación llamada “la polvera” o “habitación del amor”. El funcionamiento era el siguiente: Cuando ella veía a dos enamorados  bailando muy ardientemente se acercaba a ellos y les decía que por 20000 pesos podían usar media hora la polvera para dar rienda suelta a su amor. El gran problema solía aparecer cuando había que sacar a las parejas para que entraran otras. A veces tenía que ser a golpazos porque no había manera.

Nos vamos a la playa donde Isabel nos cuenta como era el muelle de Puerto Colombia. “por donde entro el progreso”. Allí puedo imaginarme a los fruteros tocando el acordeón y a los andaluces y extremeños bajando con sus guitarras y los canarios con sus tiples mientras el ritmo de fandango se iba tornando poquito a poco en joropo de los llanos de Colombia y Venezuela. Entre una tormenta de golpes de mi estómago y la rabia de no poder disfrutar de esos días en Barranquilla en una larga noche de calor costeño me las paso debatiéndome entre la vida y la muerte por haberme confiado con mi recuperación y haber probado el aji y el aguardiente de Andrés. Lo paso muy mal, pero solo por un rato porque luego recuerdo que no hay momentos malos para alguien que lo que quiere es escribir.

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