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Balkanic rules

Más de un año después de mi última publicación, vuelvo a la carga, y de una forma bastante, bastante fuerte. Me explico. Recién llegada de un viaje en autobús por los Balcanes, con la mente llena de experiencias y sensaciones que no logro transmitir a nadie una vez en casa de nuevo.

Pero voy a ordenar un poco mis ideas.

Lo que en un principio iba a ser un viaje por la costa Croata y adentrándonos ligeramente en Bosnia (Mostar y Sarajevo), se torció inexorablemente en cuanto pisamos Dubrovnik. Cierto es que no eran las mejores condiciones: sin apenas dormir, con calor y hambre, que te asalten los vendedores de tours no es agradable. Bueno, creo que no lo es en ningún tipo de condición, pero menos en las que nos encontrábamos. Sin embargo, después de un primer encuentro un tanto accidentado, Dubrovnik nos resultó muy, muy violento.

Primero, porque está infestado de hordas de turistas. Sí, sí, HORDAS. Y TURISTAS. O sea, de los de ir siguiendo una banderita y hacer fotos sin pararse a contemplar primero. Segundo, porque cuando dejas de ver turistas, ves sólo restaurantes y tiendas. Y tercero, y casi lo peor, porque te prohiben entrar a la playa con comida (y conmigo, con la comida, no se juega). Y eso que era mayo (no quiero imaginar las colas eternas para cualquier cosa en julio o agosto). Luego nos enteramos de la razón: los cruceros.



Aunque tengo que reconocer que a primera hora de la mañana, antes de que lleguen los cruceros (o más bien, sus ocupantes) o a última hora de la tarde (17h30 allí es tarde), la ciudad se puede disfrutar, pese a que ya no viva apenas ningún croata en la ciudad vieja y ésta haya perdido parte de su esencia (moraleja, por si no os habíais dado cuenta, no nos gustó Dubrovnik). Eso sí, en fotos queda preciosa.

Así que, puesto que no llevábamos nada planificado ni teníamos más reserva que la de las 3 noches en Dubrovnik (un día entero lo pasábamos en la hermosa bahía de Kotor, Montenegro, y el día de llegada estaba prácticamente perdido) y otras 3 en Sarajevo (Bosnia), decidimos hacer un pequeño cambio de planes. Aunque no lo decidimos hasta llegar a Sarajevo, puesto que no sabíamos horarios de autobuses ni posibles destinos en Bosnia.

Pese a mi ansia por conocer el norte de Bosnia, país que me ha cautivado y enamorado, finalmente decidimos llegar hasta Belgrado, antigua capital de Yugoslavia, y actual capital de Serbia, y regresar nuevamente a Sarajevo, y visitar Mostar en nuestra vuelta a Dubrovnik.



He de decir que es un coñazo de lo más engorroso y aburrido pasar y pasar fronteras, pero también que merece (y mucho) la pena. Los escasos kilómetros entre ciudades, pueblos y países de lo que fuera Yugoslavia se recorren en horas y horas. Pero mientras mantengo que el tiempo en las fronteras se hace horriblemente largo, el tiempo en el autobús se nos pasaba volando. Los paisajes bosnios (el país que más recorrimos) son dignos de atención, con sus verdes montes, sus grandes y cristalinos ríos, y con todos los rescoldos de una guerra que aún no ha cicatrizado.



Hablar de la guerra me daría para uno y mil blogs, de la melancolía que todos, sin excepción, transmiten sobre la antigua Yugoslavia (o quizás solo hablamos con comunistas). La historia que cuentan cada uno de ellos, tan parecida y a la vez tan diferente. Sin embargo, me quedo con la moraleja de uno de los croatas con los que hablamos: "¿tú ves que seamos diferentes?" y una chica de Belgrado: "yo me siento Yugoslava. Nací en Yugoslavia."

He aquí nuestro viaje por una parte de esa Yugoslavia.

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