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Yugoslavia (quinta parte): Mostar

Después de la despedida final de Sarajevo, el destino era Mostar. La última parada en tierras bosnias, antes de volver a Dubrovnik y de ahí a casa. Quizás era porque ya olía a despedida de verdad, pero lo cierto es que estábamos impregnados en un aire de cierta melancolía, como si nada pudiera superar a lo ya vivido en Sarajevo y en Belgrado.

Llegamos a Mostar con el estómago lleno (una vez más de rica - y barata - comida bosnia), el corazón en un puño (nuestra última noche en Sarajevo aún nos despertaba emociones fuertes) y la sensación de haber vivido una serie de aventuras cruza-fronteras. Así que, deseando conocer la ciudad, fuimos directos a dejar las mochilas.

Vistas de Mostar desde su famoso puente
Nos recibió una encantadora croata, que tenía una casa de huéspedes con su novio musulmán (ambos bosnios - y sé que esto es muy confuso - ella era bosnia croata y él, bosnio musulmán). Después de las primeras formalidades (qué tal el viaje y esas cosas), nos preguntó si sabíamos algo sobre Mostar. Y lo que nos contó nos dejó, nuevamente, en shock (y eso que pensábamos que ya éramos inmunes a la sorpresa).

Resulta que en Mostar, y en algunas otras ciudades bosnias, una vez que bosnios croatas y bosnios musulmanes (que luchaban juntos) lograron vencer a bosnios serbios, se pelearon entre sí por el control del lugar. Así que os podéis imaginar las terribles consecuencias que esto tuvo para la ciudad. No sólo aún hoy son visibles muchos edificios devastados, que parecen detenidos en el tiempo, sino que además la ciudad está dividida en dos zonas, la bosnia y la croata. Y de hecho, el gobierno de la ciudad también se divide entre bosnios y croatas.


A pesar de ello, Mostar es una ciudad preciosa, con un casco histórico que recuerda en parte al barrio turco de Sarajevo, con numerosas mezquitas bastante bien conservadas (pero que, debido a la proximidad de Dubrovnik y a la afluencia de turistas que recibe, tienen precio de entrada) y por supuesto con unas vistas increíbles sobre el río Neretva, ya sea desde su mítico puente, Stari Most, (derruido por el ejército croata en su lucha contra los bosnios), todo un símbolo y referente, o desde sus aguas (el baño está más que aconsejado).

Desde el puente, además, son famosos los saltadores que, a cambio de unas cuantas monedas, se lanzan desde sus 30 metros de altura, en lo que se ha convertido en agosto en una de las competiciones internacionales de saltos de Red Bull. Pero tranquilo, porque vayas cuando vayas, lo verás.


Mostar, una vez más, nos mostró la eterna dualidad de este país. El resquebrajamiento de una sociedad unida, mezclada, realmente entrelazada. Una sociedad que se convirtió en un polvorín en el que muchos países tenían demasiado en juego. La melancolía serbia y su idea de la Gran Serbia, los intereses de distintos países europeos en Eslovenia y Croacia - como por ejemplo Alemania (que favorecieron sus declaraciones unilaterales de independencia)... y la mirada impávida de la ONU, que fue poco más que un testigo de las atrocidades, como confirman la mayoría de investigaciones hechas a posteriori, favorecieron que la gente se creyera al pie de la letra las falsas promesas.

Como siempre, fueron los pueblos, engañados con ideas de nacionalismo, banderas al aire y poco más, los que fueron más directamente castigados. Aún me deja sin aliento todo lo referente a la masacre de Srebenica, donde más de 8000 musulmanes fueron asesinados en una zona supuestamente controlada y protegida por los cascos azules. Y lo peor, es que este fue un ejemplo más.


Lo más duro de todo, a mi entender, es que antes de la guerra en Bosnia no había un conflicto étnico. No-lo-había. Se creó, porque interesaba, y aún hoy, tantos años después, la sociedad sigue separada. En Bosnia, de hecho, la gobernabilidad es un cacao: por un lado está la república Sprska (serbia), y por otro la federación de Bosnia i Herzegovina. Cada una, tiene un representante. Y, a su vez, la federación se divide en cantones. Conclusión para no seguir liándome mucho: en práctica, es muy poco práctica, valga la redundancia. Los bosnios (sean serbios, croatas, musulmanes, yugoslavos o lo que cuadre) se quejan de que tiene que contentar a tantos que al final no es en absoluto funcional.

Hay determinadas cosas sin importancia, además, que de repente me parece que son fundamentales. Como las rosas de Sarajevo, por ejemplo. Las rosas de Sarajevo son el nombre que reciben los restos de misiles de la guerra, que fueron pintados de rojo en recuerdo a las víctimas una vez que llegó la paz. Una de las heridas abiertas que aún continúan. Como ya he dicho antes, uno de los muchos detalles que cobran importancia.

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