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Itinerario por Colombia: de Bogotá a la Guajira

Hace más o menos un año, como ya conté aquí, me fui a Colombia a visitar a mi amiga Eva. Fueron sólo 15 días, demasiado poco para todo lo que queríamos ver y hacer, así que al final decidimos relajarnos y visitar lo que se pudiera, que lo importante era respirar momentos (muy al estilo latinoamericano y colombiano).

En Colombia descubrí que los colombianos son de lo más acogedor, siempre dispuestos a compartir y a una buena conversación. Descubrí que no tienen nada que ver los rolos (de la capital), con los paisas (de Medellín) o con los costeños (de la costa, descendientes de esclavos afroamericanos). Descubrí que siempre es buen momento para comer arepas y tomar un tinto (café - por cierto, de los mejores del mundo). Descubrí que siempre están dispuestos a tomar unas polas (cervezas), que son muy bacanos, y allí donde fui encontré gente de lo más chévere.


Primera parada: Tabio y Bogotá

Nuestro itinerario de viaje, ya digo, no fue muy extenso. Ella vivía en Tabio, un pueblito cercano a Bogotá (otra vez, repito, las distancias en Latinoamérica son relativas, así que tened en cuenta que no es el mismo punto de vista que lo que puedo llamar cerca en mi Burgos natal), donde daba clases en una escuela de lo que diríamos pedagogía alternativa (si te interesa, aquí tienes su página de Facebook). Así que podréis imaginar que no es un destino muy turístico (por no decir nada, y de hecho fue todo un poema la cara del empleado de migración cuando le dije que iba a pasar allí los 15 días de mi estancia en Colombia).

Y no, Tabio no es turístico. Pero pasar 3 ó 4 días allí fue genial. Primero, porque como todos los pueblos colombianos, es un lugar lleno de vida. Segundo, porque conocí a un buen puñado de gente muy interesante, de esa que cuesta encontrar. Y tercero, porque viniendo de España, con ganas de ese sentir que no sé explicar cada vez que piso Latinoamérica y la calma de Tabio eran justo lo que necesitaba en ese momento.


Por supuesto, también visitamos Bogotá. Que, de hecho, me sorprendió un montón. Anduvimos desde las calles más "ricas" (de los estratos 5 y 6, y ahora os explico qué es esto de los estratos), pasando por el barrio de Chapinero hasta el centro (Plaza de Bolívar y el barrio de la Candelaria). Que sin más, diréis. Pero para los colombianos, andar desde la carrera 111 hasta el centro (unos 13 km) no es normal, ni común. Las gigantescas urbes latinoamericanas no están hechas para ser caminadas, y sus habitantes tampoco están acostumbrados a hacerlo. Sin embargo, permiten que te encuentres con sorpresas, como el pulguero (un pulguero viene a ser un mercado donde encontrar de todo - y de todo significa todo lo que puedas imaginar, y lo que no) que descubrimos por sorpresa.

Pero vamos a lo de los estratos. Son una forma de clasificación de las viviendas en función de las tarifas diferenciadas de subsidios que reciben. Así, una vivienda de los estratos 1 a 3, considerados humildes, pagan los servicios a un valor menor del que cuestan, mientras que el resto de estratos lo pagan a un mayor valor. Esto puede parecer justificado - quien más tiene, paga más. Pero en la realidad, resulta que la desigualdad existente se acrecienta, ya que los habitantes de las zonas populares se concentran en unas zonas de las ciudades, sin mezclarse con los de las capas altas. Así que no es solo una estratificación de las viviendas, también de las personas. Si os interesa el tema, aquí lo explican muy bien.

Volviendo a nuestra ruta, y tras visitar la plaza Bolívar y el museo de Botero, nos perdimos por la Candelaria. Me apuesto lo que queráis a que nunca habíais imaginado el centro de Bogotá así:


Segunda parada: Guajira, Palomino y Guachaca

De ahí nos fuimos a la Guajira. La Guajira es una región al noreste del país, limitando con Venezuela, donde predomina un gran desierto, flanqueado por varios macizos, entre ellos la Sierra Nevada de Santa Marta. Es una región rica en minerales, que se extraen y exportan, donde además viven diversos indígenas de distintas etnias (Wayuus, arhuacos, kogui, etc.).

Como estamos un poco majaretas, nos fuimos en un autobús a Riohacha, que es de las últimas ciudades fronterizas con Venezuela (en la costa norte del país). Y como ya conté aquí (en el top-1), no conseguimos llegar a Riohacha a tiempo para llegar al Cabo de la Vela, nuestro destino. Porque una vez en Riohacha teníamos que tomar un colectivo a Uribia y de ahí unos jeeps por el desierto al Cabo de la Vela (sobra decir que éramos las únicas no indígenas del jeep).


El Cabo de la Vela es uno de los lugares más bonitos que he visto, con el contraste del desierto, las rancherías Wayuus y el azul del mar Caribe. Eso sí, bien lejos del mundanal ruido, donde no hay agua corriente, ni electricidad (y el sol se pone sobre las 5 y algo), ni señal de teléfono en ocasiones. Y, por cierto, donde también disfrutamos de los chinchorros (hamacas) más cómodos de todo nuestro viaje (creo que sólo un par de días dormimos en camas, pero he de decir que las hamacas son bastante más cómodas de lo que me pensaba), artesanías wayuus de Conchita y su cooperativa de mujeres, donde nos alojábamos.

No teníamos muchos días, y habíamos decidido pasar la Nochebuena en Palomino, un poco más cerca de la civilización. Palomino fue en su día un pueblito pequeño de agricultores a orillas del mar Caribe. Sus inmensas y solitarias playas en la actualidad ya no son tan solitarias, aunque la mayoría son mochileros que se mezclan con los indígenas que bajan de la Sierra Nevada de Santa Marta y del Tayrona. Lo bueno es que en los alrededores hay todavía toda una costa solitaria que no ha sido explotada, con pequeños hostales y lugares con encanto, como Guachaca.


Otro lugar que merece la pena visitar es el Parque Nacional del Tayrona, donde tan pronto puedes encontrar ruinas arqueológicas, como playas increíbles.

Tercera y última parada: Cartagena

Nuestra última parada antes de mi vuelta fue Cartagena. Una ciudad preciosa, colonial, de esas que en fotos quedan más que genial. Eso sí, turística a rabiar. El centro (la llamada Ciudad Vieja), rodeada por las imponentes murallas, con el Castillo a lo lejos, es un hervidero de color, gente (también turistas), pero tan lleno de vida como el resto del país. Lo aprovechamos al máximo, pese al cansancio extremo que arrastramos, con la puesta de sol desde la muralla y una buena conversación (como no podía ser de otra forma).



Pero lo mejor de Cartagena es el ambiente en sus calles, en el barrio de Getsemaní, cuando cae la noche. Getsemaní es un barrio popular, fuera de la Ciudad Vieja, al que se llega tras atravesar la Puerta del Reloj. Un barrio lleno de vida, con sus plazas atiborradas de gente hablando, comiendo, bebiendo y bailando.

La mejor despedida posible para una Colombia a la que ya estoy deseando volver. La Colombia de Macondo, del realismo mágico de García Márquez y la que descubrí pasando de puntillas, como no podía ser de otra manera, cuando tienes un tiempo tan limitado para viajar. La Colombia de los Wayuus y de los rolos del estrato 6. La Colombia de las selvas y los desiertos, del mar Caribe y de los Andes. Y tú, ¿qué Colombia quieres conocer?

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