El post de hoy es una de mis colaboraciones más esperadas, la de mi amiga Adriana del blog Idas y venidas, que además os recomiendo encarecidamente. Adri es una viajera incansable, infatigable y valiente. En su blog os habla de la experiencia de viajar sola de InterRail, sus viajes a Grecia o a Reino Unido y un largo etcétera, pero su último viaje, del que habla en parte este post, fue a Brasil.
Ya conocéis mi amor por Latinoamérica, así que personalmente tenía muchísimas ganas de conocer cualquier impresión sobre su viaje (más aún de haberme escapado con ella, claro). Por si os pasa como a mí, aquí tenéis sus impresiones sobre la triple frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay:
Una de fronteras: Argentina, Brasil y Paraguay en la encrucijada
Una de las cosas que más me llama la atención cuando viajo son las fronteras. Fronteras creadas por el hombre y que de forma artificial separan espacios geográficos que no tienen nada de diferente a un lado y a otro. En Europa ya no nos acordamos de aquellos tiempos en los que, para pasar por cualquier país, se debía parar en la aduana y el control de turno para que se registrase tu entrada o salida de un país a otro; así que cuando llegué a Brasil y vi cómo funciona todo este tinglado de las fronteras, me sorprendí bastante.
Hubo varias cosas que me crearon curiosidad. La primera de ellas fue el darme cuenta de la cantidad de personas que se mueven hoy en día de un país a otro por cuestiones laborales, familiares, personales, de ocio, etc. La segunda fue comprobar y ratificar mi opinión sobre las fronteras artificiales: que tu vida está determinada por el lugar en el que naces.
Así que, me gustaría hablaros de mi experiencia en la tri-frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay. ¿Os imagináis el batiburrillo que supone una frontera normal? Pues ahora imaginad ese caos y conglomerado de personas, culturas y lenguas en una frontera triple. Creo que fue una de las cosas que más me sorprendieron de este viaje, sin duda alguna.
Foz de Iguaçu
Nuestra base de operaciones la situamos en Foz de Iguaçu en Brasil. Una ciudad en la que habitan cerca de 250.000 habitantes y que se sitúa en el estado de Paraná. Dentro de su área urbana se encuentran la ciudad de Puerto Iguazú en Argentina y Ciudad del Este en Paraguay.
Brasil está alcanzando un desarrollo económico cada vez mayor. Dejando a un lado sus problemas políticos es un país que está creciendo y su economía es una de las llamadas “emergentes” a causa de este crecimiento.
Foz de Iguaçu es una ciudad moderna en la que comienzan a despuntar grandes edificios de bloques que sobresalen por encima de la espesura de la selva, cada vez menos presente en sus ciudades. El motor de esta ciudad es sin duda el turismo dado que las Cataratas de Iguazú se encuentran a escasos kilómetros de la ciudad así que los hoteles y restaurantes son los grandes protagonistas de esta ciudad.
Los brasileños están sabiendo explotar el turismo. Saben que es una fuente de riqueza cada vez más importante y no solo por las Cataratas de Iguazú sino también en otras cosas, como es el caso de la frontera.
Foz de Iguaçu, Puerto Iguazú y Ciudad del Este se encuentran en un enclave natural único al estar separadas de forma natural por el río Paraná y el río Iguazú. Estos dos ríos se unen en un punto concreto en el que los tres países pueden observarse desde cualquiera de las tres partes: Brasil, Argentina y Paraguay. Vale, pero… ¿qué tiene que ver esto con el turismo?
De forma simbólica cada país ha construido un área recreativa en ese punto estratégico con monolitos pintados con la bandera de cada país y que se pueden observar desde cualquiera de los tres puntos. Esto es la tri-frontera. Como bien os comentaba, Brasil ha sabido explotar esta circunstancia y, al contrario que sus países vecinos, ha decidido sacar tajada y cobrar entrada. El lugar que han construido recrea una de las misiones jesuíticas que se pueden encontrar al sur del país y, además de tienda y restaurante, también se realizan proyecciones de documentales informativos y bailes “tradicionales”. Muy turístico todo.
Puerto Iguazú
Argentina le lleva mucha distancia a Brasil. Las zonas que visité del estado de Misiones dejaban mucho que desear y el retraso económico en comparación con Brasil es muy evidente sobre todo en relación a infraestructuras y servicios mínimos. Puerto Iguazú es una ciudad pequeña que no llega a albergar 40.000 habitantes y que, al igual que su vecina Foz de Iguaçu vive del turismo. La diferencia entre una ciudad y otra es que la inversión de capital es muchísimo menor y, por tanto, son servicios de mucha menos calidad.
El monolito de la tri-frontera en Puerto Iguazú es totalmente gratuito y allí no se ha montado ninguna parafernalia para poder cobrar una entrada para poder observar una frontera natural. Además, desde el lado de Argentina se puede observar un espectáculo natural muy curioso: las aguas del Iguazú, marrones por la cantidad de tierra que llevan consigo, se unen al río Paraná, más limpio y claro. ¡Ver el choque de las dos aguas uniéndose fue increíble!
Ciudad del Este
El monolito que está en el lado de Paraguay no tiene, ni siquiera, un mirador. De hecho, no sabemos a ciencia cierta si se puede acceder hasta allí. Pero de Paraguay quiero hablaros de Ciudad del Este.
Cuando a mí me hablan de América Latina y sí, son pensamientos contaminados de prejuicios, sólo puedo pensar en un caos relajado. Es decir, en Europa estamos acostumbrados a vivir en base a ciertas reglas —impuestas o no— y nos cuesta mucho salir del camino marcado. Yo siempre me imaginé Latinoamérica como ese lugar donde cada cual hace lo que quiere para poder salir adelante. Una especie de caos necesario para poder sobrevivir.
Así que cuando me hablaron de Ciudad del Este estaba ansiosa por poder ver en mis carnes aquello que tanto me había imaginado y que, en Brasil, sinceramente, ni olí.
La frontera entre Paraguay y Brasil es un caos absoluto y es que el orden imperante allí era el de “sálvese quien pueda”. Entre ambos países se ha tendido un puente que permite cruzar de un extremo a otro del río Paraná y que se ha bautizado como el “Puente de la Amistad”. Por primera vez en mi vida vi cientos de moto-taxis llevando a personas de un lado a otro y combis arregladas para poder llevar más pasajeros y mercancías de “tapadillo”.

Ciudad del Este vive del comercio y del mercado negro. Miles de personas se trasladan de un lado de la frontera a otro diariamente para comprar cosas que en Brasil tienen un precio muy superior. Incluso se fletan autobuses desde ciudades muy lejanas como Sao Paulo para ir a comprar a Ciudad del Este por lo barato de sus precios; y muchos de esos autobuses están fletados por mafias que, a mitad del camino, atracan a sus viajeros y les roban el dinero que han ahorrado para gastárselo en el Paraguay.
Está todo tan bien montado que las aduanas brasileñas prácticamente no paran a nadie cuando pasa desde Paraguay y en las cercanías de las aduanas, en la ciudad de Foz de Iguaçu todo está organizado para poder hacer tu día de compras en el Paraguay mucho más cómodo: aparcamientos particulares a tutiplén, moto-taxis, personas que se ofrecen a llevar tu mercancía de forma ilegal de un lado a otro… Un negocio que mueve cantidades increíbles de dinero y de personas diariamente.
Y allí, en Ciudad del Este, descubrí esa Latinoamérica de la que había oído hablar: de gente intentando venderte cualquier cosa —cualquier cosa, literal—, contrastes arquitectónicos de edificios de cristales y chabolas adosadas, comida por la calle sin ningún tipo de control sanitario, un frenesí de personas, coches y motos, amasijos de cables enredados en las farolas y la suciedad normal de una ciudad que no para.
Tres países, tres ciudades y tres mundos tan diferentes separados por un río a escasos kilómetros la una de la otra. A un paso poder escuchar un brasileño inconfundible y al otro un español tan diferente del castellano y del otro lado un portuñol indescifrable. ¡Qué maravilloso mundo el de las fronteras!
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