No hace falta ser un gran
montañero ni alpinista experto para subir alturas que nos parecen insalvables
del otro lado del charco. México es un país con una diversidad orográfica y
climática increíble, desde playas caribeñas a volcanes de más de 4000 metros de
altitud. Y, en este caso, nos centraremos en los volcanes, y concretamente en cuatro
de ellos, más o menos cercanos, y cuyas leyendas los relacionan entre sí.
El más alto del país (y el
tercero más alto de Norteamérica), con más de 5700 metros de altura sobre el
nivel del mar es el Pico Orizaba,
también llamado Citlaltépetl (“monte de la estrella” en náhuatl). Ubicado en
los estados de Veracruz y Puebla, y siempre cubierto en su cumbre por una capa
de nieve debido a su altura, resulta más que imponente a la vista. Sin embargo,
es el único de los cuatro que requiere experiencia en alta montaña para
coronarlo.
El Popocatépetl (cuyo nombre en náhuatl significa “cerro que humea”,
debido a las constantes emisiones de gases) es el más famoso del país, y además
uno de los más activos. De hecho, su última gran erupción se produjo en el año
2000. También es el segundo más alto, con 5500 metros, pero debido a su
actividad, hay un radio de unos 12 km respecto al cráter vigilado por el
ejército y al que no se puede acceder.
Sin embargo, sí se puede subir
hasta su vecino, el Iztaccihuátl (en
náhuatl, “mujer dormida”), de 5280 metros. Ambos se encuentran en el parque
nacional Izta-Popo-Zoquiapan, entre los estados de México y Puebla, una de las
reservas de la biosfera del mundo. Mucha gente acampa bajo una de sus laderas,
o bien asciende hasta el refugio de alta montaña para poder coronarlo en días
sucesivos. Entre ambos, además, se encuentra el Paso de Cortés (de hecho, desde
donde se accede a sendos volcanes), llamado así porque fue la vía de acceso de
Hernán Cortés a la antigua Tenochtitlán.
A las faldas del Iztaccihuátl
también se encuentran múltiples cascadas, además de constituir una de las zonas
de mayor biodiversidad del país. Lugares donde no solo se puede admirar la
belleza del paisaje, sino que también es posible acampar o disfrutar de
atractivos ecoturísticos, como paseos a caballo o tirolinas.
Una de las leyendas milenarias
sobre estos tres volcanes cuenta que en tiempos de gloria azteca los
txalcaltecas decidieron luchar contra ellos. La hija del principal cacique
txalcalteca, Iztaccihuátl, estaba enamorada del guerrero Popocatépetl, y él de
ella, y el cacique accedió a concederle la mano de la princesa a su vuelta de
la batalla. Ella le esperó pacientemente, hasta que otro txalcalteca le mintió
diciendo que Popocatépetl había perdido la vida. Ella, rota de dolor, murió de
tristeza. Popocatépetl al volver de la guerra y encontrarse con la princesa
muerta, mandó construir una montaña sobre la que la veló a los pies. Por eso,
dice la leyenda que Iztaccihuátl se convirtió en volcán, y Popocatépetl
permaneció como otro, a sus pies, velándola por la eternidad, mientras que el
cobarde txalcateca se convirtió en el Pico Orizaba, condenado a verlos por
siempre juntos desde la distancia.
El cuarto de los volcanes es
Malintzin o La Malinche, en honor a
la indígena amante de Hernán Cortés en tiempos de la conquista, que actuaba
también como traductora del náhuatl para los españoles, de 4420 metros de
altitud. Se encuentra entre los estados de Tlaxcala y Puebla, cercano a Apizaco
(mientras que para llegar al parque Izta-Popo se necesita transporte propio, o
contratar algún tipo de excursión o tour), y desde Apizaco varias combis parten hacia la zona de acampada
y cabañas desde donde se puede subir a pie.
Las vistas desde la cumbre son
espectaculares, ya que no solo se observan a lo lejos poblaciones, campos y
paisajes, sino que es posible, en días claros, ver los volcanes Izta y Popo, a
lo lejos, casi a la misma altura, una visión única e inigualable que te hace
sentir una pizquita del mundo.
No solo subir La Malinche (además
de ser el más sencillo de los cuatro) permite disfrutar de la belleza del entorno
natural, sino que además el trayecto desde Apizaco bordea el mismo por diversos
pueblos y pueblitos, donde se pueden observar muchos temazcales.
Un temazcal es un baño de vapor
propio de la medicina tradicional de varias culturas mesoamericanas. No es solo
un baño de vapor a modo de sauna, sino que además conlleva una serie de
rituales que llevan a cabo los chamanes, y cuyo objetivo es purificar dentro y
fuera del cuerpo. Una experiencia mística más que recomendable, que seguro que
produce más que una sorpresa, dejándose llevar siempre por un guía.
Así que, ya sea por probar la
experiencia, por regresar diciendo que has subido a 4000 metros, o para
disfrutar de un entorno natural muy diferente al que seguramente encontramos
cerca (excepto si procedes de las islas Canarias, de origen volcánico),
cualquiera de estos volcanes u otros de los muchos que se encuentran en el país,
de seguro no dejan a nadie que los visite indiferente.
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