Cada persona tiene una piedra de toque. Algún hobbie u obsesión enfermiza por un estilo, un juego, una ropa, un deporte... Mi piedra de toque son los viajes.
Hace varios años, durante un InterRail (el único que he hecho, pese a que siempre quise repetir de nuevo la experiencia), llegamos a un hostal en Budapest. El dueño era un coreano simpatiquísimo, que nos dio vino y nos juntó a todos los que estábamos alojados para que nos conociéramos (incluido un señor mayorcete y bastante raruno). El tipo, ingeniero, había dejado su acomodado trabajo en Alemania para viajar por Europa del este, y quedó enamorado de Budapest. Con lo que le quedaba de dinero, había comprado un piso de una antigua vivienda, lo había remodelado (más o menos) y ofertaba el alojamiento más barato de toda la ciudad (que, dicho sea de paso, fue la razón de encontrarnos nosotras ahí), ya que él opinaba que viajar era un requisito indispensable para todo el mundo, si bien es cierto que sin dinero era un hecho materialmente imposible. Por eso, su objetivo era conseguir que el hostal fuera gratuito, y la gente que se alojara dejara una participación voluntaria (ahora que lo pienso, igual fue el inventor de couchsurfing, que por entonces no existía). Esta historia me marcó de dos formas: una, porque Celia (una de mis amigas y compañeras de viaje) se enamoró perdida e inmediatamente del susodicho, que, aunque feo era un rato, su punto hippie tenía, y otra, porque con el paso de los años sigo recordando esas palabras, y haciendo de ellas mi propio estilo de vida y de viajes.
Y creo que en cierta forma, este blog es parte de su culpa. Ojalá consiga que viajar sea gratis, pero mientras tanto... hagamos que sea low cost.
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