De vuelta al corazón de México,
de vuelta al Distrito Federal. Asentado sobre la antigua Tenochtitlán, la
capital del imperio azteca, emerge una de las megalópolis más grandes del
mundo, en número de habitantes y en densidad poblacional. Bajo sus cimientos,
se encuentran el lago de Texcoco y una serie de lagos, prácticamente
desaparecidos por diversos drenajes por los problemas de inundaciones que
conllevaban.
Como ya dije en uno de los
primeros post, recomiendo encarecidamente una primera toma de contacto con el
DF con sus bicis gratuitas el domingo por la mañana. De cualquier forma, esta
impresionante ciudad ofrece una amplia variedad de alternativas.
Comenzando por el centro
histórico, el zócalo de DF constituye la plaza más grande de América y resulta
imponente, rodeada por la Catedral, el Palacio Nacional, el Antiguo Palacio del
Ayuntamiento y el Edificio del Gobierno. Como dato curioso, se puede observar
que el lado derecho de la catedral (vista desde el centro del zócalo) está
desviado de la horizontal, debido a los terremotos y sismos relativamente
frecuentes en la zona. De igual manera, por las calles de DF se puede observar
que los niveles de los edificios no siguen una línea recta por el mismo motivo.
Casi obligada resulta también la
caminata por la peatonal calle Madero, siempre llena de gente, espectáculos
callejeros, tiendas y vida. Al final de la misma aparece la torre Latinoamericana,
la que fuera el edificio más alto de la ciudad, y a su lado emerge el paseo de
la Alameda y el Museo de Bellas Artes. De inigualable belleza en su exterior,
también merece la visita en su interior, ya que alberga una colección de
murales digna de visitar. En este momento y hasta 2015, además, recoge una
exposición sobre Doisneau y Picasso.
Incluso caminando un poco más se puede
llegar a Reforma y a la plaza de la Revolución, un lugar entrañable, con su
plaza y sus fuentes llenas de gente. Además, desde el interior del edificio, se
pueden disfrutar de unas hermosas vistas de la ciudad.
Ya cuando el sol baja, los
barecitos de la zona se llenan de vida. Incluyo a título personal la zona
peatonal de Regina para descansar con un café, cerveza, pulque o mezcal, una
zona a escasas 3 cuadras del zócalo (pero en la dirección contraria, cerca de
la estación de metro de Isabel la Católica), plagada de hipsters gente alternativa.
Su ambiente bohemio permite disfrutar de una zona tranquila que te hace sentir
lejos de encontrarte en una gran ciudad.
Una vez visto el centro,
recomiendo visitar Chapultepec, el pulmón de la ciudad, con su bosque y su
castillo. Si bien es cierto que el castillo no tiene el valor arquitectónico al
que estamos acostumbrados en Europa, sí es de vital importancia en la historia
de México, puesto que desde aquí (cuenta
la leyenda), los niños de Chapultepec se lanzaron envueltos en la bandera
nacional prefiriendo la muerte a la caída en manos del ejército estadounidense
(en la guerra que enfrentó a ambos países en el siglo XIX).
Además de pasear por el entorno
del bosque y los lagos, visitar (o no)
el castillo que lleva su nombre y comer en los puestos que alberga (comida callejera, siempre rica y barata en
este país), se puede visitar el gigante
e imposible de ver en 1 día museo Antropológico Nacional, con obras tan
imponentes como el famoso calendario azteca (entre muchíiiiisimas otras). A la salida, se pueden observar los voladores de Papantla.
En cuanto a museos se refiere, teniendo
en cuenta que es la ciudad con más museos del mundo, la oferta es más que
amplia, pero desde luego el de Antropología merece obligada visita. No solo por
la importancia de sus vestigios arqueológicos, sino porque resulta clave para
entender la complejidad de culturas prehispánicas que han hecho de México un
lugar tan variopinto desde tiempos inmemoriales.
Cerca de allí se encuentra
también la zona acomodada de Polanco, un barrio de los más fresas (“pijos”) del DF, con zonas de oficinas, tiendas de moda,
galerías de arte… así como la impresionante avenida Reforma, con el emblema
nacional mexicano: el Monumento de la Independencia (comúnmente conocido como el Ángel). Este obelisco acabado en una escultura de un ángel fue construido en
1910 con motivo del centenario de la Independencia de México.
Esta emblemática avenida, por si
no fuera poco, bordea otros tres barrios interesantes, corazón de la vida
nocturna de la ciudad: Condesa, Roma y la Zona Rosa. No solo poseen bares y
restaurantes de lo más diverso, sino también miles de galerías de arte, y
tiendas de todo tipo, desde antiguas librerías con encanto a modernas boutiques
estilo vintage a la última moda.
La Zona Rosa es el barrio gay de
la ciudad, aunque es frecuentado por muchos heterosexuales, ya que se
caracteriza por ser relajado y tolerante. De esta forma, hay bares y
restaurantes para todo público, y al igual que en Condesa y Roma el ambiente es
muy bohemio, ya que históricamente eran los barrios que constituían los puntos
neurálgicos de diversos artistas e intelectuales.
Otra opción es Coyoacán,
preferentemente en fin de semana, un barrio tranquilo que tiene mucha vida en
la calle los sábados y domingos. Además, en Coyoacán se encuentra la casa-museo
de Diego Rivera y Frida Kahlo (Casa Azul), si bien es cierto que la casa es lo
más bonito de la exposición, donde las obras pictóricas no tienen un valor tan
relevante. La entrada varía en precio en función de si eres estudiante,
jubilado o adulto normal, pero no es precisamente barata. También se encuentra
aquí, entre otros, el museo de Diego Rivera-Anahuacalli, casi desconocido, pero
poseedor de una gran parte de la colección de piezas precolombinas del
muralista.
Coyoacán es otro de los barrios
intelectuales y bohemios, donde varios artistas, políticos y pensadores
establecieron su domicilio. De igual manera, y por su proximidad a la UNAM,
gran parte de la comunidad universitaria vive en el barrio y sus alrededores,
por lo que posee un ambiente estudiantil.
Lugares de interés dentro del
mismo lo constituyen los jardines y viveros, el Jardín Hidalgo o Parque de los
Coyotes (donde se encuentra la fuente con los animales, origen del nombre del
barrio), la Plaza y Capilla de la Concepción, la Plaza de Churubusco y por
supuesto el mercado de artesanías.
También alberga la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), una de las más prestigiosas e importantes
de Latinoamérica y del mundo, y cuyo campus, además de ser declarado Patrimonio
de la Humanidad por la UNESCO en 2007 es uno de los más visitados del mundo (el
quinto, en concreto). En él se encuentran diversos murales de David Alfaro, así como edificios
diseñados por diversos arquitectos, un gran espacio escultórico y una reserva
ecológica. Digno de visitar, vamos (por
no hablar de las sustanciales diferencias respecto a cualquier campus en
España).
Otro barrio de interés es
Xochimilco, sobre todo si se puede dedicar entre amigos en sus trajineras. Vestigios
de tiempos prehispánicos (estas trajineras se usaban en otras épocas para
comunicarse y transportar todo tipo de cosas por los canales del lago),
permanecen hoy día como testigos mudos. Sus vivos colores, el paseo por los
canales, los vendedores de muñecas, cerveza, comida y por supuesto los
mariachis (que venden la canción a $100) alegran la vista y la experiencia.
Recomendable sobre todo si se renta entre muchos, porque la diversión está
asegurada y porque el precio a repartir entre unos 15-20 será de unos $30-$40
por 3 horas.
Y por supuesto, parada
obligatoria al visitar el DF es Teotihuacán (que en náhuatl significa: lugar
donde los hombres se convierten en dioses, nada
menos). Fue una de las mayores ciudades prehispánicas de Mesoamérica, y en
la actualidad una de las más imponentes y mejor conservadas. Y de hecho,
bastante enigmática, puesto que se desconocen tanto sus orígenes como sus
primeros habitantes. Se cree que se trataba de una urbe cosmopolita, con grupos
de diverso origen étnico.
Son las ruinas más visitadas en
México, por delante de Chichén-Itzá y Monte Albán, y con razón. Se urbanizó entorno a dos ejes axiales: la Calzada de
los Muertos (norte-sur) y el eje este-oeste, y sus principales edificaciones
son la pirámide del Sol, la de la Luna, la de la serpiente emplumada y la
Ciudadela.
A Teotihuacán se puede llegar de
diversas formas. La más común (y barata) desde el DF (prescindiendo del tour) consiste
en tomar los Autobuses Teotihuacanos, por un valor de unos $50 desde la Central
del Norte (la cual está saliendo de la terminal del metro Autobuses del Norte).
Tarda aproximadamente una hora y media. La entrada a la zona arqueológica
cuesta otros $46, excepto para estudiantes mexicanos, que es gratuita.
Y, sin duda, dejándolo para el final porque es mi preferido, hay que subir al
metro. Si bien algo de encanto ha perdido, debido a que prohibieron la venta
ambulante en el mismo (uno de sus grandes
encantos, donde tan pronto encontrabas chicles, como lápices con 5 puntas o el
CD con las cumbias de moda, tan solo por $10, precio estándar), constituye
uno de los pocos lugares donde se puede ver la heterogenia del pueblo mexicano.
O sea, que en el metro se juntan fresas y
menos fresas, turistas y lugareños, locos y cuerdos, tú y México.
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